lunes, 28 de noviembre de 2011

LOS ANTIGUOS FOTOGRAFOS AMBULANTES


En una entrada anterior ofrecimos una foto de Generosa Ortiz y su hermana que estaba sacada delante de un decorado con la foto del puente colgante.
De aquellos primeros fotógrafos ambulantes del siglo XIX hablamos en el primer libro de Portugalete en la fotografía, pero hoy nos recuerda a los del siglo XX José Luis Garaizabal, que además, nos envía cinco fotos del álbum de la familia Garaizabal-Flaño, al que hemos añadido tres imágenes de aquellos fotógrafos en el ángulo superior izquierdo:

Era corriente ver durante las fiestas portugalujas a aquellos fotógrafos ambulantes que con un cajón mágico colocado sobre un trípode, que decorado con fotografías de cuadrillas, novios, familias etc. nos demostraban su pericia como fotógrafos. Eran los minuteros.
Toda la chavalería y adultos, asistíamos atónitos a aquel mago que tras colocar a los clientes delante de un telón decorado con variados paisajes o sobre un caballito de cartón, manipulaba el interior del cajón a través de una manga de tela negra y les decía “a ver, sin moverse, que va a salir el pajarito…”, destapaba el objetivo y contaba mentalmente hasta diez.
Tapaba el objetivo y entonces comenzaba la sesión de magia cuando el fotógrafo introducía su brazo dentro del cajón y manipulaba algo dentro de él. Luego nos enteraríamos de que la magia la hacía el revelador y el fijador, pero entonces era todo un misterio.
A continuación sacaba el papelito húmedo con la foto, pero en negativo y tras lavarla, la pegaba sobre una tablita que el fotógrafo colocaba delante del objetivo, al final de un palito. Ajustaba el foco, manipulaba en el interior del cajón, sacaba una o varias fotos y a empezar el proceso de revelado. La foto era lavada en un baldecito que colgaba de una de las patas del trípode y “colorín colorado, el numerito de magia se había acabado”. La secaba, más o menos, agitándola a modo de abanico o poniéndola al sol.
Habían pasado pocos minutos, de ahí su nombre y los clientes veían “qué tal les había sacado” y tras abonar el servicio se dirigían a disfrutar del resto de festejos.
Las fotos que he recogido son las siguientes: La de 1932 corresponde al día de San Roque, con mi aita de blanco con pañuelo al cuello y en la segunda, de 1934, montado en el caballo y dos amigos posando con sus txapelas mirando al fotógrafo.
En la tercera mis aitas durante el viaje de novios, con otra modalidad de telón. En la cuarta dos matrimonios, ellas con sus velos y misales y al fondo un castillo. Y en la quinta mi aita y yo, en las barras de la bajadita al muelle desde la “fabrica de tubos”.

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