lunes, 7 de agosto de 2017

LAS BLASFEMIAS Y EL PODER DE LA IGLESIA A TRAVES DE UNA ANECDOTA DEL SIGLO XIX


Formando parte de la historia social y costumbrista de la Villa, está el hábito de proferir blasfemias, por lo que esta anécdota, fechada en la mitad del siglo XIX, nos lo recuerda mostrándonos además el poder de la Iglesia en la sociedad portugaluja de aquella época.

Sucedió en la tienda de Martina de Larrazábal, en el Cantón de la Carnicería (actual calle Salcedo), donde estaban la criada de dicha señora, María Jesús de Suárez, y Pedro de Carranza. Serían las 8½ de la mañana, repicando a misa “la campana de la ermita llamada del Santo Cristo del Portal”, cuando ellas le preguntaron a él con cierta acritud “a ver qué hacía allí” a lo que respondió “a ver si no podía estar allí”. Le indicaron que la misa era “a cuenta de las votaciones”, y entonces sin saber quién era el sacerdote que la celebraba, les contestó en forma cruda y desabrida “que se cagaba (sic) en la misa y quien la decía”. Al ser reprendido por palabras tan gruesas, para que tuviese más consideración con las personas “que eran los sacerdotes”, replicó que “se cagaba (sic) en todos y en las coronas”.

Enterado Telesforo de Balparda presbítero y cura beneficiado de Santa María que era quien hacía la misa, le demandó pues consideraba que lo sucedido era un “hecho criminal, sacrílego y escandaloso, que ultrajaba y vituperaba en sumo grado, primero el misterio más tremendo de nuestra sacrosanta religión, como es el incruento sacrificio de la misa, y segundo, a sus dignos ministros...” solicitando el castigo prescrito para tales delitos.

En el juicio de conciliación celebrado en la Casa Consistorial el 13 de noviembre de 1858, acompañadas ambas partes por sus hombres buenos, que procuraron conciliar extremos y limar asperezas, convinieron en que Pedro de Carranza estaría 15 días recluido en la Casa Consistorial. Tras estos días tendría que acudir ante el vicario eclesiástico, y ante el cura de la parroquia, que eran los dos únicos párrocos de la Villa, y así como a la tienda de Martina de Larrazábal a pedir perdón por su actitud y por las expresiones injuriosas vertidas, y además en presencia de las referidas mujeres, quedando además apercibido para lo sucesivo.



Roberto Hernández Gallejones
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