sábado, 25 de noviembre de 2017

EL RELATO DEL FIN DE SEMANA: EL GALLINERO



Una terraza en el paseo. Sentados al sol, en día de mercado, tomando el café mañanero. Escuché una descortesía por parte de un señor veterano, integrante de un grupo de hombres galardonados con calvas, arrugas y canas. Se refería a un corro vecino de señoras que conversaban a viva voz. Las apodaba como “el gallinero”
Me levanté, me disculpé ante ellos y le reproché la grosería en el sentido de que, oída su conversación, ellas podían bautizarles como “los vicentedelbosques”. Me impactó el cambio en su semblante, no creí haber cometido grosería al enfrentarle, mas él bajó la mirada en silencio y siguieron conversando, ahora en modo quedo.
Bien, es lo que ocurre; son restos de un estilo social antiguo. Deseo que, una generación después, hayamos sido capaces de hacer que la insuficiente consideración y el escaso respeto que esas personas exhiben, sea sombra del pasado.
Pero tomaré la palabra usada por el citado… diré… caballero, con el fin de glosar una parte de mis recuerdos juveniles en Portu.
Si, “el gallinero” era la gradería que contenía las localidades de “general”, las más altas y lejanas en un cine. En nuestro caso, ese apelativo lo aplicábamos a las entradas de general del CINE IDEAL, “el Revi”. No eran asientos, eran bancos corridos como los que había en los tendidos de las plazas de toros. No eran cómodos, no tenían respaldo ni reposabrazos, pero, en tiempo de bolsillos menguados, era lo que podíamos adquirir. Aquí vi mi primera película, acompañado todavía, en las “butacas de patio” en el lado derecho del cine. Era BAMBI, acaso en 1961.
Recuerdo que las colas para adquirir localidad, solían llegar más allá de la tienda de Sebastián de la Fuente.
Ya mayorcitos, por esa falta de comodidad, y según la película, alargábamos un poco el gasto cinematográfico semanal, debiendo recortar en otros dispendios -golosinas-, y tomábamos entrada en el CINE MAR, en cuyos asientos podíamos recostarnos y apoyar los brazos. De aquí, tengo un recuerdo especial: el visionado previo a la cena familiar en la Nochebuena de 1965, de “Fra Diavolo”, una de soldados de Napoleón. Se trataba de no estorbar a las madres en la cocina.
Teníamos también el “Teatrillo”, pero, entre que quedó pronto fuera de la oferta local -1966 -, que nos pillaba algo lejos y que las películas que proyectaba eran previamente exhibidas en el Revi, sólo asistí a una proyección de una peli de pieles rojas sentado, no en “el gallinero”, sino en uno de los palcos de la izquierda.
Entre otros, gustaban los actores Marlon Brando, Yul Brinner, Robert Mitchum, Gregory Peck, John Wayne, Burt Lancaster, Kirk Douglas,… que eran las estrellas de la pantalla, junto con Lana Turner, Marilyn Monroe, Audrey Hepburn, Doris Day, Tippi Hedren, Grace Kelly, Ingrid Bergman,…
En la versión local, teníamos a Tony Leblanc -El tigre de Chamber -, Alfredo Landa -No desearás al vecino del quinto-, Alberto Closas -La gran familia-, Concha Velasco -Los tramposos-,…
En esa época, decíamos de ir a ver “una de Tony Curtis”, “una de Cantinflas”, “una de Lina Morgan”,… y es que los importantes eran los actores protagonistas. Eran quienes veíamos. El rol de los directores era desconocido. Aún no sabíamos quién era John Ford, aunque podíamos leer su nombre en los títulos de crédito del final de la película, pero, para ese momento ya caminábamos de espalda a la pantalla.
Luego, ya adolescentes de bachiller superior, pudimos permitirnos acometer el precio más elevado del CINE JAVA, un cine grande, posterior a los antedichos. Cine moderno, con posibilidad de exhibición en formato de gran pantalla, sonido estéreo y sensorround,… y butacas cómodas, todas de platea/patio. De ésta sala, vista con mis catorce años y sin DNI, recuerdo El valle de las muñecas, mi primera película para mayores de 18.
Poco después, llegaríamos a los diecisiete y hasta nos habilitamos para ir más lejos, al CINE CONSA de Santurce, con las primeras novias.
Y pasaban los años hasta llegar al CINE REX, ya con novias,… pero fue el primero en desaparecer, después irían cerrando gradualmente los demás y la tarea que ejercieron como refugio sabatino, dominical o, simplemente, contra la lluvia o el frío, fue cambiando por el visionado doméstico de vídeos varios.
Ahora, ya no hay pataleos cuando llega el 7º de caballería, no hay aplausos si el chico bueno salva a la chica, tampoco gritos cuando vemos en la pantalla que se está quemando la película por el calor de los carbones del proyector.
Es el turno para otra generación, la que ve el cine desde el sofá, la que va a los multicines.
Martintxu


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